La historia de Egipto Antiguo es de las más conocidas entre las distintas civilizaciones que surcaron nuestro planeta.

No todas las fechas de la historia egipcia de la antigüedad son exactas; ni siquiera los propios historiadores se ponen de acuerdo respecto a la cronología del Egipto faraónico. Dicho esto, repasemos los principales sucesos.

Prehistoria de Egipto

No se sabe a ciencia cierta cuándo apareció el hombre en el Valle del Nilo, pero los primeros indicios datan del Paleolítico. Más tarde, a lo largo del Neolítico, grupos de pobladores practicaron una economía de pastoreo y protoagricultura en el desierto Líbico, el Delta, El Fayum y el Alto Egipto.

Se asentaron en las cercanías del Nilo a partir de un cambio climático. Así aparecieron los primeros núcleos urbanos.

En el siglo VII a.C., Egipto disponía de unas condiciones medioambientales idóneas para establecerse y trabajar la tierra. De hecho, se encontraron restos de esa época en las zonas del sur o Alto Egipto. Restos de ocupación similares también aparecieron en los emplazamientos nubios (Sudán).

Historia del Antiguo Egipto

La historia del Antiguo Egipto se compone de XXXI dinastías, agrupadas al mismo tiempo en períodos e imperios. Esta clasificación fue obra de Manetón, un sacerdote del siglo III a.C., que escribió la historia del Egipto faraónico en griego, destinada al rey Ptolomeo II Filadelfo.

Gracias a su clasificación, los egiptólogos pueden disponer de una lista detallada de la mayor parte de los faraones, desde Menes hasta Nectanebo II.

Período tinita (3000 – 2670 a.C.)

La prehistoria de Egipto se corresponde con la constitución de dos reinos, uno al norte y otro al sur: el Bajo Egipto (tierras más fértiles y ricas), con capital en la actual Tell El Farain (Delta), y el Alto Egipto, que tenía su capital en Hieracómpolis, la actual Kom El Ahmar.

La historia faraónica comienza sobre el año 3000 a.C. Su fundador fue el faraón Menes, también conocido como Narmer, que unificó las dos partes del país y eligió como capital a Thinis, cerca de Abidos.

Las dos primeras dinastías se conocen como tinitas. Con el faraón Menes comenzó la época protodinástica, que se extendió hasta el 2670 a.C.

Menes creó una segunda capital en el norte para poder controlar el territorio. De esta manera surgió Menfis, situada a más de 600 km de distancia de Hieracómpolis, que pasó a ser la capital del Imperio Antiguo en el 2800 a.C.

A Menes y los posteriores reyes de la I y la II dinastía los enterraron en Abidos, entre paredes inscriptas con jeroglíficos.

El último rey de la I dinastía fue Qaa. Se cree que tras su mandato el país se vio envuelto en serios desórdenes internos. Los reyes de la II dinastía no consiguieron mantener el control y en este período se volvió a una monarquía dividida entre dos reyes, uno en el sur y otro en el norte.

La reunificación la logró Jasejem, que tomó el nombre de Jasejemuy cuando subió al trono.

Imperio Antiguo (2670 – 2181 a.C.)

El período comprendido entre las dinastía III y VIII es el del Imperio Antiguo.

Durante la III dinastía se construyó una pirámide escalonada (Saqqara), la primera de la historia, edificada por el arquitecto Imhotep para el faraón Zoser. 

En esta época, los monarcas mantuvieron un poder absoluto sobre la base de un gobierno sólido y unificado. La religión también desempeñó un papel importante, tal y como se aprecia en la mitología egipcia. Los dioses egipcios han pasado a las civilizaciones que la sucedieron, como la romana y la griega.

De hecho, el gobierno adquirió un sistema teocrático, donde el faraón gozaba de poder absoluto por ser considerado un dios en la tierra.

Al faraón Snofru, fundador de la IV dinastía, se le atribuye la construcción de dos pirámides imponentes en Dahshur, 10 km al sur de Saqqara. Fue un faraón guerrero que realizó campañas en Nubia, Libia y el Sinaí. Durante su mandato, hubo un gran desarrollo comercial que impulsó la prosperidad del reino junto con la minería.

Lo sucedió su hijo Khufu, más conocido como Keops, que mandó a construir la mayor de las tres pirámides de Giza. Los faraones Kefrén y Micerino edificaron las dos pirámides aledañas.

Durante la IV dinastía la civilización egipcia alcanzó la cumbre de su desarrollo, que se mantuvo durante la V y VI dinastías. El esplendor, tan de manifiesto en las pirámides, se extendió a numerosos ámbitos del conocimiento como arquitectura, escultura, pintura, navegación, artes menores y astronomía.

Los astrónomos de Menfis establecieron un calendario de 365 días. Allí, en Menfis, se especula que se forjó la Piedra de Rosetta.

Los médicos del Imperio Antiguo, en tanto, se destacaron por su gran conocimiento en fisiología, cirugía, el sistema circulatorio y el uso de antisépticos.

Userkaf fundó la V dinastía; a partir de esta época adquirió cada vez mayor importancia el culto al dios solar, del cual el faraón se convirtió en su hijo en la tierra.

Se amplió el comercio exterior y las incursiones militares en Asia, pero la autoridad real perdió peso frente al aumento de la burocracia y el poder de los administradores que no pertenecían a la realeza, como la clase sacerdotal.

Los faraones Sahure, Neferirkara y Seuserra levantaron sus pirámides en Abu Sir, un emplazamiento situado entre Giza y Saqqara. El faraón más conocido de la V dinastía fue Unas, que construyó en Saqqara la primera pirámide en cuyas paredes interiores se grabaron «Los textos de las pirámides» (un conjunto de conjuros, encantamientos y súplicas para ayudar al faraón a asegurar su resurrección y vida eterna).

A lo largo de la VI dinastía, la autoridad de los faraones se atenuó y aparecieron tendencias independentistas. Pero esto no atenuó el ánimo constructor. Teti, Pepi I, Merenre y Pepi II, soberanos de esta época, levantaron sus pirámides en Saqqara.

El reinado más largo de toda la historia egipcia (94 años), estuvo a cargo de Pepi II, con quien terminó la VI dinastía y el Imperio Antiguo.

Primer período intermedio (2181 – 2060 a.C.)

El Primer Período Intermedio, comprendido entre la VII dinastía y la primera parte de la XI, es el más oscuro de la historia antigua de Egipto.

Apenas se conoce nada de este período. Al parecer, la VII y VIII dinastías solamente duraron unos pocos años y estaban gobernadas desde Menfis. Las facciones del sur y el norte rivalizaron por el poder.

En este sentido, mientras los faraones de la IX y X dinastías se establecieron en Heracleópolis, en Tebas reinaba la dinastía local de los Anjtifi (Anjtifi I, II y III).

Sin un gobierno centralizado, la burocracia no era efectiva. El arte egipcio se hizo más local y no se edificó ningún complejo funerario importante.

La religión se democratizó cuando las clases inferiores reclamaron privilegios que solo estaban reservados a la realeza. Por ejemplo, se les permitió utilizar fragmentos extraídos de los Textos de las Pirámides y colocarlos en las paredes de sus ataúdes o tumbas.

Imperio Medio (2060 – 1788 a.C.)

Los príncipes de Tebas reestablecieron el poder central y reunificaron el país. Nebhepetra Mentuhotep fundó la XI dinastía y dio paso a una época de gran prosperidad. Tebas fue su capital. Su templo funerario, en Deir El Bahari, incorporó elementos tradicionales y religiosos que marcaron tendencia. La tumba se separó del templo y no se edificó ninguna pirámide.

El primer faraón de la XII dinastía, Amenemheb I, frenó las pretensiones tebanas con la intención de favorecer la unidad nacional.

Pero por otro lado, al dios tebano Amón se le dio más importancia que a otras divinidades. Este faraón exigió la lealtad de los sacerdotes, reorganizó la burocracia y formó un cuerpo de escribas y administradores.

La literatura fue predominantemente propagandística; estaba diseñada para fortalecer la imagen del faraón como buen consejero, más que como un dios inaccesible. El Imperio Medio fue el período en el que más se impulsó el desarrollo de la lengua.

Durante los últimos diez años de su reinado, Amenemheb I reinó con su hijo como corregente.

Sesostris I, hijo de Amenemheb I, levantó fortalezas por toda Nubia y estableció relaciones comerciales con el extranjero. Mandó gobernadores a Palestina y Siria y luchó contra los libios en el oeste.

Amenemheb II, Sesostris II, Sesostris III, Amenemheb III, etc., siguieron con las conquistas. En este período se levantaron nuevas pirámides, como las de El Lisht, dos en Dahshur, y las de Hawara y El Lahun en El Fayum.

Los soberanos de la XII dinastía trasladaron la residencia real a El Lisht. El último faraón de esta dinastía fue Sesostris III.

Segundo período intermedio (1788 – 1567 a.C.)

Los soberanos de la XIII dinastía fueron más débiles que sus predecesores, aunque siguieron manteniendo el control de Nubia y la administración del gobierno central.

Este período se prolongó hasta el 1640 a.C., momento en el que llegaron unos nuevos invasores: los hicsos. Estos penetraron a lo largo de todo el país. Introdujeron algunas novedades tecnológicas, como el uso del carro tirado por caballos, fundaron la ciudad de Ávaris, la actual Tell El Daba, y establecieron su capital en el Delta.

Mientras se sucedía la dinastía hicsa existió una XVI dinastía que reinó en la zona central de Egipto. Y un tercer poder, contemporáneo a los otros dos, ejerció la autoridad de forma más independiente sobre el sur: la XVII dinastía tebana, que dominó el territorio entre Elefantina y Abidos.

El soberano tebano Kames, que solo reinó unos seis años, luchó con éxito contra los hicsos. Pero no sería hasta el año 1550 a.C. cuando el faraón Amosis, esposo de la reina Ahmes-Nefertari, expulsó a los hicsos y reconquistó los territorios de Nubia, lo que le permitió reorganizar el país.

Imperio Nuevo (1567 – 1080 a.C.)

Amosis inició la XVIII dinastía. Este faraón restableció los límites, los objetivos y la burocracia del Imperio Medio. Reactivó el programa de aprovechamiento de la tierra. Logró, con el apoyo del ejército, mantener el equilibrio entre su poder y el de los monarcas.

La importancia de la mujer en el Imperio Nuevo estuvo marcada por los altos títulos y la posición destacada de las esposas y madres de los faraones.

Más tarde se destacó Amenhotep I: tuvo total control sobre su administración y empezó a extender, como en otros tiempos, los límites de Egipto hacia Nubia y Palestina.

Con el reinado de Tutmosis I, Egipto alcanzó su máxima expansión: hacia el norte llegó hasta el Éufrates y hacia al sur hasta la cuarta catarata. Este faraón reforzó la preeminencia del dios Amón; su tumba fue la primera en construirse en el Valle de los Reyes.

Tutmosis II tuvo como sucesor a Tutmosis III, pero era un niño y asumió el poder su madrastra, viuda de Tutmosis II, la famosa reina Hatshepsut. A su muerte, Tutmosis III pudo al fin gobernar y emprendió una serie de grandes construcciones, sobre todo en el templo de Karnak.

Este fue sin duda uno de los más grandes faraones. Organizó batallas en Siria, donde había surgido el reino de Mitanni, aunque se vio obligado a devolver los territorios del Éufrates. Al mismo tiempo, promovió expediciones a Nubia, donde fundó una capital provincial en Napata.

Veinte años después de la muerte de Hatshepsut, Tutmosis III ordenó la eliminación de su nombre y de sus imágenes de todos los edificios donde habían sido inscritos.

Amenofis II continuó con la guerra contra el reino de Mitanni, que no terminaría hasta la subida al trono de Tutmosis IV. Este soberano tuvo un sueño junto a la Esfinge de Giza, cuando esta se hallaba cubierta de arena y él todavía no tenía el poder. Según parece, la Esfinge le dijo en sueños que si la liberaba de la arena llegaría a ser faraón. Este así lo hizo, y logró gobernar el país.

Con Amenofis III alcanzó su esplendor la XVIII dinastía. Durante su reinado se lograron establecer relaciones diplomáticas con los mandatarios de Babilonia, Siria y Mitanni.

El siguiente faraón fue Amenofis IV, más conocido como Ajenatón (Akenatón), quien provocó una revuelta en Tebas al cambiar el culto del dios Amón por el de Atón (el disco solar), al que declaró dios oficial.

Como consecuencia de la revuelta, la capital pasó de Tebas a Tell El Amarna (Egipto Medio), donde adquirió más importancia el arte egipcio. Akenatón tuvo seis hijas con Nefertiti, pero ningún hijo varón.

A su muerte, le sucedió Tutanjatón, hijo probablemente de una esposa de Akenatón, de rango inferior, quien trasladó de nuevo la capital a Tebas. Cambió su nombre de Tutanjatón por el archiconocido Tutankamón. Tras su asesinato, tal vez por parte de Aya, el general del ejército Horemheb subió al trono de Egipto.

Ramsés I fundó la XIX dinastía, pero fue su hijo Seti I quien consiguió despertar a Egipto del letargo que padecía. Luchó contra los libios, los sirios y los hititas, y construyó infinidad de monumentos. Sobresalen el templo de Abidos y su tumba en el Valle de los Reyes, la mayor de todas.

Ramsés II, su hijo, le sucedió. Volvió a trasladar la capital de Egipto a un nuevo lugar, esta vez a un  sitio del Delta del Nilo llamado Ávaris (la antigua capital de los hicsos), que él llamó Pi-Ramsés.

Participó, como su padre, en varios combates contra los hititas en Siria. Salió derrotado en la batalla de Qadesh, que sin embargo presentó en los relieves de los templos como una gran victoria. En el mismo sentido, grabó su nombre en monumentos que no le pertenecían.

Ramsés II fue el faraón que más monumentos construyó en todo Egipto. Destacan los templos de Abú Simbel, Menfis, Bubastis, Abidos, Karnak y El Ramesseum.

Su hijo, Meneptah, lo sucedió. Derrotó a los pueblos invasores procedentes del mar Egeo, y estos hechos fueron narrados en un texto esculpido donde figura la primera mención escrita, conocida, del pueblo de Israel. Se cree que el éxodo de los judíos dirigido por Moisés ocurrió en el reinado de este faraón.

Después de sucederse varios faraones que no aportaron nada nuevo a la historia, se derrumbó la XIX dinastía.

Con el corto reinado de Setnajt comenzó la XX dinastía, en la que el faraón más sobresaliente fue Ramsés III. Este soberano dejó grandes monumentos, como el templo de Medinet Habu.

También combatió con éxito a los libios y a los pueblos procedentes del Mediterráneo. A esta dinastía se le conoce como «dinastía Ramésida»; su último faraón fue Ramsés XI.

Casi al final de la dinastía, el poder central se hizo más débil y el Gran Sacerdote del dios Amón de Karnak se convirtió en una de las autoridades más poderosas del país. Un ejemplo fue el Gran Sacerdote Herihor, quien gobernó por un corto período.

Tercer período intermedio (1080 – 730 a.C.)

Fue uno de los períodos más complicados de la época faraónica; varias dinastías gobernaron el país al mismo tiempo.

En Tanis, ciudad emplazada en el Delta, se estableció la XXI dinastía tanita, que se destacó por su enfrentamiento contra los grandes sacerdotes de Tebas. Por entonces Egipto se dividió en dos reinos. Perdió el control sobre Palestina y Nubia consiguió su independencia.

La XXII dinastía comenzó cuando algunos mandatarios de origen libio se asentaron al este del Delta. Bubastis, actual Tell El Basta, se convirtió en la capital. Durante este período, el país estuvo dividido en pequeños estados y cualquier señor local se podía proclamar rey.

A lo largo de la XXIII dinastía, los soberanos de Tanis mantuvieron el control sobre los sacerdotes de Tebas.

Época tardía (730 – 332 a.C.)

El Período Tardío, que abarca las dinastías XXV a XXXI, se caracterizó por el mandato extranjero en Egipto.

A lo largo del mandato nubio, el país conoció una época de bienestar y volvió a convertirse en una gran potencia. Por aquel entonces, su único temor era Asiria, cuyos reyes, ayudados por los mandatarios de Sais, ocuparon Egipto durante un tiempo.

Psamético I (XXVI dinastía), hacia el 653 a.C., doblegó el poder de los pequeños estados independientes y devolvió la unidad al país. Esta dinastía se vio favorecida por un período de prosperidad, que vino marcada por el comercio con Grecia.

El faraón Necao comenzó la construcción de un canal que conectaba el Nilo con el mar Rojo, pero
no llegó a finalizarlo.

En el año 525 a.C., Psamético III fue derrotado por Cambises y Egipto se convirtió en una provincia persa, bajo dominio de los reyes persas: Cambises, Darío I, Jerjes I, Artajerjes y Darío II.

Egipto no volvió a ser independiente hasta el 380 a.C., con Nectanebo I, un general de Sebenito. Así se estableció la última dinastía autóctona, aunque poco duraría porque los persas volvieron a reconquistar el país al mando de Artajerjes III.

Egipto grecorromano (332 a.C. – 395 d.C.)

En el año 332 a.C., Alejandro Magno subió al poder en Egipto y fundó la ciudad de Alejandría, a la que nombró su capital.

De esta manera comenzó la dinastía macedonia que se prolongó hasta el año 304 a.C. En ese año, el general Ptolomeo, sátrapa de Egipto, se proclamó faraón con el nombre de Ptolomeo I y dio origen a la dinastía ptolemaica, que continuó hasta la entrada del Imperio romano.

Los mandatarios ptolomeos gobernaban según las tradiciones locales (poder y ceremonial análogos a los de los faraones; idéntica función religiosa; la misma actitud hostil frente a Mesopotamia y Siria).

Pero al mismo tiempo hubo un renovado sentido de la organización y la administración: múltiples dignidades cortesanas y funciones administrativas con títulos griegos, y jerarquía compleja tanto en el clero como en el ejército.

Los ptolomeos implantaron un sistema estatal de explotación económica, donde los campesinos egipcios estaban vinculados a sus poblados como los siervos de la gleba. No podían abandonarlos por voluntad propia, pero sí podían ser expulsados. Se les podía obligar arbitrariamente a las prestaciones de trabajos personales y tenían que entregar a los funcionarios reales la mayor parte de sus cosechas de trigo.

Esto pasó sobre todo en las tierras reales. El resto de las tierras se explotó en virtud de concesiones o confirmaciones del rey.

El aceite, el papiro y la banca eran monopolios. La tierra estaba catastrada, la población censada y los funcionarios estrictamente controlados. Este sistema enriquecía a la dinastía, pero no a la población, a la que no le quedaba otro recurso que el de la huelga, la cual se produjo incluso entre funcionarios.

En el reinado de Ptolomeo VI Filométor, Egipto se convirtió en un protectorado dependiente de Antíoco IV de Siria, que había invadido el país en el 169 a.C. Pero los romanos obligaron a Antíoco a entregarles el país, el cual quedó dividido entre Ptolomeo VI Filómetor y su hermano menor, Ptolomeo VII, que obtuvo el control completo a la muerte de su hermano en el 145 a.C.

De este período hay que reseñar la subida al trono de Cleopatra VII, conocida especialmente por sus romances con Julio César y Marco Antonio.

En Alejandría se localizaba el principal puerto marítimo, al que llegaba la mayoría de los productos procedentes de Oriente. Alejandría también sirvió de puerto de entrada al cristianismo, a través de las comunidades judías.

Durante el reinado de Ptolomeo XII se terminó el templo de Edfu y se empezó la construcción del templo de Dendera.

En el año 48 a.C., César llegó a Egipto para defender a Cleopatra VII, que había sido destronada por su hermano y esposo Ptolomeo XIII Filopátor. Pero en el año 31 a.C., Octavio, comandando el ejército romano, desembarcó en Egipto para enfrentarse con Antonio, amante de Cleopatra, a quien el senado había declarado enemigo del pueblo romano.

Octavio (luego conocido como el emperador Augusto) derrotó a Antonio en la batalla de Actium y conquistó Alejandría. De esta manera, Egipto se convirtió en provincia romana. Tras la muerte de Marco Antonio, Cleopatra VII decidió quitarse la vida antes que presentarse ante Roma en el desfile del emperador.

Los emperadores romanos se mostraron ante el pueblo egipcio como los sucesores directos de los antiguos faraones. La religión egipcia se mantuvo, hasta el extremo de que se transmitió por todo el área mediterránea y en la propia Roma.

Egipto desempeñó un papel fundamental en el suministro de cereales que Roma necesitaba para alimentar a su cada vez más creciente población.

Alrededor del año 200 d.C. comenzó a difundirse el cristianismo, y en el año 379 se convirtió en la religión oficial del Imperio.

La lengua copta se desarrolló independiente a la egipcia; recibió la influencia griega y de otras lenguas semíticas. Las mezclas de las culturas no supuso una sociedad homogénea, y eran frecuentes los enfrentamientos entre los distintos grupos.

Alejandría continuó siendo la capital del país. Se convirtió en una de las grandes metrópolis del Imperio romano y fue un próspero centro comercial entre la India, la península Arábiga y los países del Mediterráneo.

Egipto se volvió en uno de los pilares económicos del Imperio romano, no solo por su producción de cereales, sino también por sus vidrios, metales y otros productos manufacturados. Además, aglutinó el comercio de especias, perfumes, piedras preciosas y metales procedentes de los puertos del mar Rojo.

Con la finalidad de controlar la población y limitar el poder de los sacerdotes, los emperadores romanos protegieron la religión tradicional, terminaron o embellecieron los templos comenzados bajo los ptolomeos e inscribieron sus propios nombres en ellos, continuando con las costumbres faraónicas. Así se puede ver en los templos de Dendera, Esna, Edfu, Kom Ombo y Philae.

Las adoraciones y cultos a Isis y Serapis se extendieron por todo el mundo grecorromano. Egipto fue también un centro importante del primer cristianismo a través de la vida monástica. Los coptos siguen viviendo en el país hasta hoy.

El declive del período antiguo llegó en el 395 d.C., momento en el que Egipto se consideró parte del Imperio romano de Oriente.

Con esto culminó el proceso histórico del Antiguo Egipto. Comenzaba la historia del Egipto musulmán.